Cuando una mujer descubre que está embarazada, luego de la sorpresa, la gran emoción, las dudas, temores, inseguridades, y la mezcla de sentimientos y pensamientos que no dejan de envolverla, empieza a pensar en posibles nombres para su futuro hijo Se comienzan a hacer listas, consultar diccionarios, guías de nombres, hurgar en el árbol genealógico, buscar el significado que tiene en distintos idiomas, ver cómo combina con el apellido, se lo pronuncia varias veces y se siente su sonido, su vibración…
Un nombre no sólo identifica, sino que proporciona una personalidad única e irrepetible.
En todas las civilizaciones hallamos la creencia de que otorgar un nombre concede poder sobre quien lo recibe: es como determinar su destino y posibilidades.
Los grandes maestros del esoterismo: los egipcios, consideraban que el nombre no lo elegían los padres, sino que el nombre de una persona brotaba de su propio espíritu, de esta forma, de una manera “inconsciente” los padres escogen un nombre de acuerdo a las vibraciones espirituales y físicas que ha de manejar el nuevo ser.
En las civilizaciones antiguas, por ejemplo las precolombinas (aztecas, mayas), eran los sacerdotes los que daban el nombre de una persona recién nacida, el padre llevaba a su niño ante el sacerdote para que le dijera el destino y el nombre que debía tener.
El nombre completo de una persona es el libro de su vida, en él se encuentran todas las características más importantes de su espíritu:
1.- Su deseo profundo.
2.- Su personalidad.
3.- Su destino.
También en el nombre encontramos otros datos igualmente importantes, los karmas de otras vidas y las consecuencias kármicas de nuestro comportamiento en esta vida.
Al elegir un nombre, no habría que conformarse solamente con saber el significado del mismo, sino interiorizarnos en cómo escoger bien el nombre para este nuevo ser que está llegando.
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